La lengua, como lo definimos en el tema anterior, es una representación de lenguaje, una de las tantas formas de expresar lenguaje, que es contenido puro.
Dentro de este análisis, encontramos dos enfoques: la expresión del contenido y el contenido de la expresión. Por un lado, el primero se refiere a la forma con la que “dibujamos” un contenido significativo, la forma que toman nuestras palabras, la estructura, la expresión misma y; por otro, el material con el que se construye el significado que se le otorga a una expresión u otra.
Dentro de las lenguas étnicas vigentes de nuestro país hoy en día (aymara, mapuche y rapanui), tenemos dimensiones inmensamente distintas en la expresión del contenido y el contenido de la expresión, ya que ciertos vocablos tendrán su propio significado importante –y distinto entre culturas- debido a que el hombre y la mujer, poseedores de lenguaje y constructores de lenguas, nominan según su mundo real de las cosas, según su cosmovisión, por lo que, las palabras toman intenciones propias: hecho que se refleja particularmente en cada una de estas culturas.
Ante todas estas relaciones, si detenemos el foco en la educación y nos situamos en el caso estudiante rapanui-escuela, como uno de los hechos analizados, se nos abre una canasta sin fondo de interpretaciones a estos términos. La lengua rapanui se denomina “vananga”, que significa literalmente “habla”, y se encuentra aún en vigencia siendo el idioma predominante en Isla de Pascua, hablado por originarios, mestizos y residentes pascuenses que se han visto empujados a aprehenderla. Esta lengua posee significados (contenido de la expresión) que son inmanentes al contenido socio-histórico que los ha construido en su vida entera. No se concibe el mundo desde otra lengua que no sea la propia si de entenderlo básicamente se trata; sí se dan los casos en los que nos instruimos en el aprendizaje de la gramática de otro idioma para manejarlo a mayor cabalidad, pero nunca conseguiremos esa idea, esa imagen lingüística que sólo el entorno le da a las palabras y al uso de ellas.
Entonces, más que imaginarlo, observemos la realidad actual de las escuelas de Isla de Pascua en las que el 90% de los profesores educando son continentales y no manejan el “vananga rapanui”. En esta situación, ¿cómo va a haber cabida a la comunicación de significaciones humanas de las que todas las personas tenemos hambre de interpretar y dar a conocer? No la hay. De esa manera, los niños de Rapa Nui (Tierra Grande) viven en dos dimensiones confusamente relacionadas: en sus casas hablan cotidianamente con sus familiares la lengua local (rapanui) y el mundo se enuncia mediante los patrones gramaticales que ellos comparten, es decir, la forma y la expresión tiene un contenido específico que se entiende de manera espontánea y fluida y, en la escuela, los contenidos de aprendizaje al que se enfrentan son dictados en idioma español, el cual es la lengua madre de los profesores y profesoras que en inmensa mayoría son continentales. ¿Qué produce esta doble dimensión?
Si el aprendizaje, como acción en bruto, es mera construcción del ser humano y entendemos que todos: niños y niñas, jóvenes y adultos… todos somos capaces de aprender y edificar conocimientos, estamos reconociendo esta tarea como esencial, es decir, que forma parte de nuestra constitución y –desde lo humano- nacemos aprendiendo y nos comunicamos igual, por lo mismo, el aprendizaje lo es también de manera simple y espontánea –en primera instancia- y si no hay real comunicación entre sujeto y objeto de aprendizaje, éste tendrá resultados que variarán afectados por condiciones y contextos que lo condicionan generando una inequidad en la cual no todos podemos aprender desde la misma base ni con el mismo nivel de esfuerzo y motivación, ya que para los niños y niñas, hijos e hijas de comunidades indígenas debería ser imprescindible la educación de manera propia, de una manera en la que se puedan reconocer, en la pudieran ver sus proyecciones, sin embargo, nada de lo que se proyectan como etnia está plasmado en alguno de los contenidos curriculares a los que se enfrentan.
Un ejemplo así es:
Como estudiantes pertenecientes a una cultura híbrida, mezcla de todas las culturas que voluntariamente hemos conocido, utilizamos y significamos una palabra en singular. La palabra “tierra” nos hace sentido al elemento, en un primer lugar, ya que es el significado que más utilizamos de esa expresión por la funcionalidad característica de nuestro habla y, en un segundo término, lo utilizamos como sinónimo de “terreno”, es decir, la diferencia entre estos dos significados no tiene mayor importancia para nosotros y el contexto lo connota el receptor del mensaje. Entonces, profundizando en nuestra interpretación, la “tierra” no tiene más sentido que el elemental, el material, el cosificado, ya sea hablando de tierra o territorio.
Para el pueblo mapuche, en cambio, existe una diferencia entre “suelo”: “tue” y “tierra”: “mapu”. Así como se reconocen como “mapuche”: “gente de la tierra”, se identifican tanto “territoriales”, es decir, tienen un sentido propio del lugar que ocupan en el mundo y desde donde nacen, como un sentido de “trabajar la tierra”, de vivir para ella y gracias a ella. La cosmovisión de los mapuches acerca de la tierra también se proyecta y trasciende a lo que nosotros llamamos “planeta”, ya que para ellos existe un orden cíclico de la vida, el cual está representado simbólicamente en el “kultrun” (instrumento musical mapuche de percusión). Entonces, encontramos dos formas de expresión de contenido y dos formas de contenido de la expresión y podemos analizar que esta diferenciación formal de la palabra es necesaria para la comunicación idónea entre ellos, con sus cosas y hacia el mundo de la vida. En conclusión, para los mapuches y las etnias en general, ña forma y el fondo de la palabra tiene un peso cosmogónico importante y su lengua representa la realidad de su mundo, lo cual –para nosotros- pierde intensidad y no se delimita estructuralmente.
Por otro lado, para el pueblo rapanui existe una palabra para nombrar a la tierra como elemento material y otra para nombrar a la tierra como terreno o territorio, ya que para ellos sí es importante hacer la diferencia porque tienen sentidos muy distintos: uno es una cosa, un elemento y lo otro es un pedazo de territorio que posee un sentido trascendente a lo material, posee sentido espiritual, cosmogónico y religioso entre otros. Cuando un rapa nui habla de la tierra en su sentido material solamente, puede decir: “he tiko’i te o’one era”, que significa: “está mojada esa tierra” (he: es, tiko’i: mojada, te: artículo “la”, o’one: tierra, era: adjetivo demostrativo “esa tierra”). Y cuando habla sobre la tierra “de territorio”, podía enunciar una frase como: “Te henua ena he to’oku kainga” , que significa: “Esta tierra es mi vientre (donde nací)” (Te: artículo que acompaña al sujeto “henua”, henua: tierra “de territorio”, he: es, to’oku: adjetivo posesivo “mí-mío”, kainga: útero. Se utiliza también para hablar del “vientre en donde alguien nace”).
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